jueves, 23 de octubre de 2008

Un ejemplo de Cuento popular

Cuento de Pedro Urdemales: La perdíz de oro

Es una perdicita de oro que vengo siguiendo desde puallá , muy lejos, ...



En esto estaba cuando vio venir a un caballero montado en muy buen caballo, y apenas tuvo tiempo de levantarse, amarrarse los calzones y ponerle el sombrero encima a lo que acababa de dejar en tierra. El caballero le preguntó:
— Pedro ¿qué estás haciendo ahí? — y Pedro le contestó:
— Estése calladito no más, señor: usted no sabe lo que estoy cuidando.
— ¿Y qué es lo que cuidas?— dijo el caballero.
— Es una perdicita de oro que vengo siguiendo desde puallá , muy lejos, y no tuve más como pescarla que ponerle el sombrero encima, y no hallo cómo sacarla.
Entonces le dijo el caballero:
— Ven acá; dámela, hombre; pero yo tampoco tengo en qué ponerla. Hombre, anda mi casa a buscar una jaula.
— ¿Y adónde es su casa patrón?— le preguntó Pedro.
— Anda camino derecho unas diez cuadras y después tuerces a la izquierda y la primera casa que veas, esa es la mía: golpeas y pides la jaula.
— ¿Y cómo voy de a pie tan lejazo , pues patroncito? Me demoro mucho— le dijo entonces Pedro.
— Vas en mi caballo, pues hombre.
— ¿Y cómo voy en cabeza y sin manta con ente este solazo que hace?— volvió a decir Pedro.
— Ponte mi sombrero y mi manta — replicó el caballero, y se los pasó.
Salió entonces Pedro muy contento, yendo bien aperado y hasta con caballo y dejó al caballero cuidando la perdiz y esperando le jaula.
Pasó un buen rato, y viendo el caballero que Pedro no volvía y que se hacía tarde, hizo empeño en tomar la perdiz y puso mucha atención para que no se le escapara. Al fin levantó una puntita del sombrero y metió la mano debajo con toda ligereza para coger la perdiz, pero en lugar de tomarla se engrudó toda la mano con meca. Ya estaba un poco oscuro y no vio lo que era y para asegurarse con qué se había untado la mano se la llevó a las narices. De la rabia que le dio, hijito de mi alma, sacudió la mano con toda fuerza y se pegó tan feroz golpe en una piedra, que, sin querer, del dolor, se llevó la mano a la boca y se chupó los dedos.
Después el caballero se fue rabiando en contra de Pedro y Pedro por allá decía:
— ¡No me está yendo muy mal en las diabluras que voy haciendo!

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